Lo hallaron balanceándose en la soga que colgaba del ecuador. Según la inclinación de la tierra y la hora, su vaivén seguía las agujas del reloj, o lo hacía en sentido contrario, como los desagües de los lavabos en territorio austral o boreal. En derredor, sus familiares lo miraban compungidos, con una oscilante negativa —derecha izquierda o izquierda derecha—, siguiendo el recorrido del cuerpo inerte, al que acompañaban en esa negación rítmica, matemática.
Solo el hijo del suicida, situado justo en esa línea e imaginaria que delimita el norte del sur y separa ajena los hemisferios, seguía con la mirada —arriba abajo, abajo arriba— el balanceo.
Una leve y prácticamente inapreciable mueca del difunto consoló el dolor del niño, que partió con su consentimiento en busca de las coletas rubias y los tímidos besos de sus sueños.
Cierto. Hay que buscar consuelo.
ResponderEliminarAunque sea absurdo.
Aunque no tenga sentido.
Suponer algo dará algún consuelo, creo.
Aunque poco, me temo.
A veces solo basta un gesto para encontrar el consuelo y el descanso.
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