Lágrimas de sangre, de Oswaldo Guayasamín
Intenté salir con todas mis fuerzas. Quise abrir la puerta
que me impedía el paso y que parecía atascada, sin picaporte ni cerradura.
Busqué inútilmente alguna ventana o un resquicio por el que entrara algo de luz
y me vi rodeado por cuatro paredes lisas, frías. El silencio era absoluto en el
espacio frío y angosto que me rodeaba. Para relajarme procuré respirar hondo hasta
llenar los pulmones, pero no había aire. Aporreé la madera que me impedía el
paso y grité cuanto pude, pero no me escucharon. Oí entonces unas oraciones
susurradas, un llanto apagado y unos pasos que se alejaban.
—Tú estás en lo cierto, Sancho —dijo don Quijote—. Vete adonde quisieres y come lo que pudieres, que yo ya estoy satisfecho, y solo me falta dar al alma su refacción, como se la daré escuchando el cuento de este buen hombre.
Marina
martes, 26 de julio de 2022
El protagonista
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario