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Lágrimas de sangre, de Oswaldo Guayasamín |
Intenté salir con todas mis fuerzas. Quise abrir la puerta que me impedía el paso y que parecía atascada, sin picaporte ni cerradura. Busqué inútilmente alguna ventana o un resquicio por el que entrara algo de luz y me vi rodeado por cuatro paredes lisas, frías. El silencio era absoluto en el espacio frío y angosto que me rodeaba. Para relajarme procuré respirar hondo hasta llenar los pulmones, pero no había aire. Aporreé la madera que me impedía el paso y grité cuanto pude, pero no me escucharon. Oí entonces unas oraciones susurradas, un llanto apagado y unos pasos que se alejaban.
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