Portón (dibujo del autor)
Al abrir para entregarle
el paquete pude observar su pequeño recibidor, de no más de dos metros
cuadrados, que hacía de distribuidor de la vivienda, rodeado por tres puertas
lacadas en blanco. La de la izquierda daba a la cocina, la de enfrente se abría
al pasillo y la de la derecha al salón.
La lámpara de araña iluminaba, con sus dieciocho
bombillas distribuidas de tres en tres, de forma milimétrica y proporcional,
cada una de las dependencias de forma impecablemente simétrica. En cada esquina
un pequeño jarrón con media docena de flores ―rosas, claveles, tulipanes y
petunias―, cada una de un color ajustado a las paredes de las respectivas
dependencias. Bajo mis pies un felpudo negro ribeteado en blanco, y en el
interior una alfombra de lana blanca ribeteada en negro y, sobre ella, el dueño
de la vivienda, con la mirada fija en sus zapatillas de piel marrón que
intentaban retirar con torpeza una gran pelusa.
Desolado, avergonzado y confuso cerró la puerta con
rapidez y yo tuve que devolver el paquete.
Pelín obsesivo el señor, ignorante, quizá, de que la perfección no existe.
ResponderEliminarQuizás nos acerquemos a la perfección cuando seamos capaces de reconocer nuestras imperfecciones y asumir las de los demás.
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