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Gulliver y los liliputienses, de Jehan Georges Vibert |
El gigante notó un cosquilleo que comenzó en la planta del pie, subió a lo largo de la pierna, se detuvo en los muslos y llegó a la ingle, momento en que tuvo una inmensa erección. Ella, gracias a las lubricantes humedades, se deslizó por su enorme pene como si fuera el tobogán de un parque acuático, mientras él acompasaba su respiración con el placer. La joven, cada vez más excitada, siguió trepando, erizó el vello de su amado, escaló las colinas de la piel de gallina del coloso, besó cada milímetro de su cuello y alcanzó su boca entreabierta. Ella experimentó al fin el éxtasis en su lengua lasciva. Él respiró profundo y se la tragó.
Pues yo no creo que hubiera aguantado tanto.
ResponderEliminarI'm so sorry
Todo tiene su momento, todo necesita control y, al final, que se cumplan las expectativas o no, depende de cada uno.
EliminarCuando las cosas se ven desde perspectivas distintas es fácil que surja algún problema o accidente. Atrevido y original relato, Ezequiel. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Ángel. Cuando la perspectiva nace en la imaginación, el resultado puede ser fácil y creíble para el que lo lee y para el que lo escribe.
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