Gulliver y los liliputienses, de Jehan Georges Vibert
El gigante notó un
cosquilleo que comenzó en la planta del pie, subió a lo largo de la pierna, se
detuvo en los muslos y llegó a la ingle, momento en que tuvo una inmensa
erección. Ella, gracias a las lubricantes humedades, se deslizó por su enorme
pene como si fuera el tobogán de un parque acuático, mientras él acompasaba su
respiración con el placer. La joven, cada vez más excitada, siguió trepando,
erizó el vello de su amado, escaló las colinas de la piel de gallina del
coloso, besó cada milímetro de su cuello y alcanzó su boca entreabierta. Ella
experimentó al fin el éxtasis en su lengua lasciva. Él respiró profundo y se la
tragó.
—Tú estás en lo cierto, Sancho —dijo don Quijote—. Vete adonde quisieres y come lo que pudieres, que yo ya estoy satisfecho, y solo me falta dar al alma su refacción, como se la daré escuchando el cuento de este buen hombre.
Marina
viernes, 3 de junio de 2022
Noche loca en Liliput
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Pues yo no creo que hubiera aguantado tanto.
ResponderEliminarI'm so sorry
Todo tiene su momento, todo necesita control y, al final, que se cumplan las expectativas o no, depende de cada uno.
EliminarCuando las cosas se ven desde perspectivas distintas es fácil que surja algún problema o accidente. Atrevido y original relato, Ezequiel. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Ángel. Cuando la perspectiva nace en la imaginación, el resultado puede ser fácil y creíble para el que lo lee y para el que lo escribe.
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