Primavera en las trincheras, Ridge Wood, de Paul Nash |
Una loma junto a un riachuelo servía de bastión al francotirador que defendía al bando nacional. Al otro lado, en una profunda trinchera, un soldado rebelde esperaba un despiste para abatir al enemigo. Eran los dos únicos combatientes que, ajenos al armisticio, defendían con las armas los ideales que un día les empujaron a salir de su pequeño pueblo de Aragón.
Aunque pasaron años y penurias, siguieron
enfrentados —puño en alto uno, saludo militar el otro—, guerreando sin recordar
muy bien por qué ni para qué; hasta que una mañana temprano aparecieron en el
exiguo escenario de operaciones dos generales —medallas al pecho uno, galones
arrancados otro—, custodiando a un anciano que, entre lágrimas, gritó a los dos
jóvenes: Hijos míos, dejad de pelearos.
Lástima del abuelo.
ResponderEliminarSus hijos enfrentados, él custodiado.
Posiblemente condenado por un bando u otro.
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EliminarSí. Esperemos que no sea condenado por ambos bandos.
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