Escena en la playa, de Edward Henry
Las gaviotas
arrostraban el fuerte viento de levante. Detrás, un pequeño lloraba perdido entre
los cuerpos de ébano que se arracimaban inertes en la orilla, algunos bañistas paseaban,
los turistas sacaban fotos, y los curiosos gritaban desde la orilla señalando
al pequeño con el dedo. Los graznidos de las aves al levantar el vuelo llamaron
la atención del crío, que abrió los brazos, comenzó a moverlos al ritmo pausado
de las aves, y se elevó ante el entusiasmo del público. El niño se perdió en el
horizonte, los cuerpos siguieron balanceándose con las olas, y el público y las
gaviotas continuaron graznando indiferentes.
—Tú estás en lo cierto, Sancho —dijo don Quijote—. Vete adonde quisieres y come lo que pudieres, que yo ya estoy satisfecho, y solo me falta dar al alma su refacción, como se la daré escuchando el cuento de este buen hombre.
Marina
sábado, 2 de abril de 2022
Amanecer en una playa del sur
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El pequeño eligió bien. Se elevó con gaviotas australes (o grises) mucho más pequeñas, ruidosas y orgullosas que la blanca.
ResponderEliminarAdemás se asemejaban a su color de piel.
Unos eligen, bien o mal, otros, simplemente continúan graznando.
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