Pabellón de Alfonso XII, de Manuel García y Rodríguez
En la Isleta de los
Patos, en pleno centro del Parque de María Luisa, y en el cercano Monte Gurugú
─pasajes de inestimable valor romántico de Sevilla─, habían construido un
puerto y un aeródromo. Todos pensábamos que nunca atracaría allí barco alguno ni
aterrizaría un avión, y criticábamos la descabellada idea. A mí no me hizo
gracia, tanto por lo absurdo del proyecto como, por los peligros que suponían
esas actividades en el centro de una ciudad.
Pasó
el tiempo y, tal como se había pronosticado, ningún barco atracó y ningún avión
aterrizo, pero yo me fui acostumbrando a sentarme en un banco cercano, con un
refresco y un parisién, a esperar. Fueron muchos los días en que mi
único entretenimiento era mirar el reloj, el cielo y la corriente del lago,
hasta que una mañana un avión aterrizó, se abrió la escotilla y una azafata me
llamó. Minutos más tarde despegamos y vi por la ventanilla a miles de personas,
cada vez más pequeñitas, sentadas jugando con su reloj.
Curiosa historia, algo delirante quizá ¿qué fue de los patos y de los monos?
ResponderEliminarMuy clásica la palabra "parisien" reminiscente con nuestra infancia.
Me pierdo con los relojes.
Ahora lo he pillado. La edad, ya sabes, enlentece las neuronas (y todo lo demás)
ResponderEliminarDebías tener la atención en el Monte Gurugú. Ahí la suelo tener yo.
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