Elogio de la locura, de Matías Sánchez |
Después
de mucho pensar llegó a la conclusión de que siempre había sido tonto. Era el
tonto del colegio, de la pandilla, la facultad y de las salidas nocturnas con
sus amigos. Fue tonto en su matrimonio, tuvo seis niños, que ya de adolescentes
le decían que era tonto. En su trabajo, se encargaba de las tareas más
desagradables sin conseguir nada a cambio. Incluso al llegar su jubilación pensaba
que seguía siendo tonto.
Llegar
a esa conclusión no le preocupó, al contrario, le dio tranquilidad y le ayudó a
asumirlo y preparase para el futuro. Ante el miedo de perder la cabeza y dejar
de ser tonto para comenzar a ser demente, quiso dejarlo todo bien atado. Hizo
testamento, vendió todo lo que tenía y dejó instrucciones para que le
construyeran un ostentoso mausoleo, que él mismo diseñó, con una gran estatua,
cuatro jarrones, un ángel y un demonio en cada lado de la cabecera y un
epitafio en el que solo debía poner su nombre y la leyenda «el tonto».
Cuando
murió, sus hijos cumplieron sus deseos a medias; en vez de la leyenda que había
pedido, solo grabaron su nombre bajo el habitual R.I.P. Sus amigos,
desconcertados e indignados, guardaron silencio, y poco a poco fueron volviendo
al cementerio y escribiendo o grabando sobre la lápida «el tonto». Tantos
acudieron que terminaron borrando el nombre, y la tumba se convirtió a lo largo
de los años en un centro de atracción, incluso para turistas que se acercaban
movidos la fama del estrambótico mausoleo y por su curiosidad, y a los que el
guía les explicaba: «Ésta es la tumba al tonto desconocido».
El tonto es tonto aunque se viste de seda
ResponderEliminarCuando uno se hace respetar, al final se asegura el reconocimientor
EliminarEn realidad creo que al muerto le importa poco o nada su -más o menos efímero- recuerdo.
ResponderEliminarA menudo se olvidan las personas pero se recuerdan las palabras.
Dentro de (muchos) años nadie recordará a Groucho pero quedará su "disculpe que no me levante" que, por cierto, no está escrito en su tumba