Torre del cementerio, de Vincent Van Gogh |
La puerta de la parroquia se levantaba sobre un altozano. En
su interior solo se oía el susurro de
las oraciones de los asistentes, y en la puerta algunos familiares y amigos charlaban,
lloraban o mantenían un respetuoso silencio. Hacía mucho frío y comenzaba a
anochecer cuando vi a dos pequeñas vestidas de blanco que jugaban al tejo sobre
las lápidas del atrio. Sus cantos infantiles no llamaron la atención a ninguno
de los asistentes al responso, que poco a poco abandonaron la iglesia sin ni siquiera
dirigirme una mirada.
Si el camino hacia el otro lado empezare con juegos infantiles, quizá no hubiese que temer
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En ese caso no temeríamos por nuestra marcha, sino por lo que dejamos y nos perdemos.
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