Interior, de Edgar Degas
Al entrar
en el vagón, él empuja galante su maleta roja y gastada hacia el fondo del
portaequipajes y hace sitio para la de ella, algo más pequeña, algo menos
ajada. Charlan y descubren que su estación de destino es la misma —¡Otra
coincidencia!, dicen al unísono—.
Quedan en verse otro día. Al salir intercambian por error las maletas. Él no la
nota más pequeña, ella no la encuentra más estropeada.
Una semana más tarde acuden a la
cita. Se toman varias copas. Ríen. Ella lo invita a su apartamento, él acepta.
Suben. Ella muestra confiada, él domina la situación. Intercambian las maletas,
la de ella está llena de angustia, la de él, de lascivia. Más tarde ella se
queda sola con su maleta repleta de repugnancia. Él deja tirada la suya en el
suelo, abierta, sucia, vacía. Ella llora, él se toma otra copa camino de su
casa.
Si lo que escribes es lo que interpreto es duro, muy duro.
ResponderEliminar¡NI UNA MÁS!
Se publique como se publique la realidad es así.
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