Zapatero trabajando, de René-Louis Chrétien
Al despertar vio en el
suelo, junto a la cama, un Valentino Garavani, de tacón de aguja y refulgente
cuero negro, ribeteado con minúsculos cristales diamantinos. Aunque no esperaba
respuesta lo saludó con afecto y cierta extrañeza preguntándose qué de quién
sería, lo acarició y se lo acercó a la cara. En ese momento, un suave aroma a Bvulgari
le erizó la piel y sintió la cercanía de Carolina, con su mirada altiva y su
contoneo insinuante. Recuperada la conciencia se vistió, recogió el zapato, lo
guardó con cuidado en una bolsa de terciopelo y salió para comenzar la jornada
en su pequeño negocio.
Al llevarse Carolina sus tacones, él miró la estantería vacía y se limpió
una lágrima delatora. Se fijó entonces en un Saint Lauren, de
brillante charol escandalosamente rojo, aguja infinita y cinta tobillera
punteada en blanco, que había dejado Sofía sobre el mostrador junto a sus ojos
profundos y su generoso escote; le puso la horma y, tras guardarlo en una bolsa
de terciopelo, le dijo con un guiño pícaro, no te enceles, esta noche vienes
conmigo.
Eso debe de ser el fetichismo, utilizar un objeto para visualizar el conjunto. Por imaginar que no quede. De imaginación tú sabes mucho, Ezequiel. Un abrazo
ResponderEliminarCreo que sí, algo de imaginación tengo, pero aparte de ello, hay algunos zapatos...
EliminarMuchas gracias, Ángel.
Hombre... Es más fácil ser fetichista con unos Valentino o unos Chanel con Swarovski.
EliminarAunque también se puede ser, como en mi caso, con unos Gorila con pelotita verde.