![]() |
Torre del Oro. Sevilla |
![]() |
Giralda. Sevilla |
Llegó
a los pies de la torre y esa portentosa construcción, la luz, y el aroma del
río, de los naranjos y de su propia respiración le invitaron a plasmar su
historia. Fue al jardín cercano para escribir entre los frondosos plátanos de
indias y casuarinas, y la brisa y roca del poeta, que le trajo tres heridas: la
del amor, la de la vida y la de la muerte.
En
la encrucijada, sin saber qué camino seguir y que reto abordar, fueron la
diosa, los niños y la historia los que le indicaron el camino: Al sol
poniente el futuro inexplorado, al agua corriente
el presente inhóspito y al alma sedente el pasado oscuro.
Ajeno a la ruta del ocaso ―o de la muerte―, y del
hoy ―o del amor―, se dirigió a la avenida del pasado ―o de la vida―, en busca del día gris y lluvioso, perdido en su memoria, al que se enfrentó entre fantasmas
y mitos.
No
recordaba nada, salvo por las lejanas voces de sus padres. Supo que estuvo
meses encerrado en un lugar oscuro y angosto, de paredes cálidas que rezumaban
humedad, ajeno a lo que ocurría en derredor suyo; hasta que lo sacudieron unos
extraños movimientos, se abrió una luz y una fuerza desconocida lo empujó al
día. Dejó de oír los latidos cercanos y familiares, y sintió la cadencia de los
suyos, hacia la vida, hacia el amor y hacia la muerte.
Su
llanto inocente fue recibido con algarabía.
Una fantasía sobre Miguel Hernández paseando por
Sevilla desde los Jardines del Cristina
Recordar a Miguel, no en la oscuridad en la que padeció sino en la luz que transmitió (y transmite) es una obligación de los que amamos la belleza.
ResponderEliminarJosé Carlos.
La capacidad de hacer de las palabras belleza engrandece el alma de quién lo consigue y de quienes lo reciben.
Eliminar