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Head, de Francis bacon |
Alguien había decidido descargarse en mi garaje, y el
producto fue una deyección inmensa, en forma de espiral con final apuntando al
cielo, detrás de mi coche. No le di importancia —algún desesperado, pensé—,
pero al día siguiente, a los dos días y durante toda la semana se repitió.
Faltaba poco para el día asignado para la limpieza, por lo que decidí esperar,
hasta que viendo que tardaban llamé. Me dijeron que pasarían lo antes posible.
Mientras, cada día las heces iban ocupando el reducido espacio de mi garaje.
Comenzaban mis vacaciones, así que me fui con la esperanza
de que a la vuelta estaría resuelto el problema y el culpable de tanta
porquería habría sido desenmascarado. Vana esperanza la mía, toda la parte
posterior del garaje, todo el lateral derecho, los parabrisas y el techo del
coche estaban cubiertos de excrementos. En vista de que no había solución,
aguantando las ganas de vomitar entré en el coche y me dispuse a sacarlo del
garaje, pero la vibración del motor hizo que las heces del techo resbalaran
hacia delante quedando atrapado bajo la gran masa de suciedad maloliente.
Intenté avanzar, sin éxito porque las ruedas derrapaban, quise salir pero las
puertas estaban bloqueadas por la suciedad, oía gente pasar, pero miraban el
coche con asco y no escuchaban el sonido del claxon amortiguado por la capa
espesa y densa.
Entonces fue cuando empezó el problema de verdad. Comencé
con diarrea, una diarrea copiosa, imparable que iba llenando el coche poco a
poco, que ya me llegaba a la altura del pecho y siguió subiendo hasta casi
ahogarme. Fue entonces cuando llegaron los empleados de la limpieza y, a base
de paladas y agua a presión, pudieron sacarme del coche.
Han pasado años. La agencia de limpieza fue obligada a
indemnizarme por el retraso en sus labores, mi familia me compró un coche
nuevo, el desaprensivo que se agazapaba cada día tras mi coche, fue descubierto
y penalizado por un delito contra la salud pública, a base de entrevistas en tertulias
televisivas saqué un buen dinero y me hice famoso. Todo ha ido bien desde que
me rescataron, pero siempre estoy solo, nadie quiere acercarse a mí, el olor
que desprendo es insoportable.
Un poco no; yo diría que bastante escatológico.
ResponderEliminarHay hechos que te marcan de por vida, a veces, como en este cuento, se necesitan muchos, pero otras veces basta con una sola"cagada"
Un sinvergüenza me dio pie para escribir esta historia.
EliminarAfortunadamente solo la primera parte fue real. La sangre no llegó al río ni los excrementos al coche.