El cuervo, de James Wyeth |
Soy un cuervo como cualquier otro, negro, grande y de
aspecto poco agraciado, pero al igual que el resto de mis congéneres, soy una
de las aves más inteligentes, sociables, juguetonas y comunicativas. Sé que no
es ese el concepto que tienen de nosotros, pero somos capaces de jugar, de
formar pandillas de adolescentes, de emitir sonidos muy cercanos al lenguaje y
de comunicarnos con nuestros graznidos con otros animales.
Hubo un tiempo en que quisimos hacer amistad con los
hombres, incluso hay algunos cuervos domésticos capaces de identificar a su
dueño con un sonido especial de amistad, o de odio, pero son los menos. Por
entonces nos acercamos a unas ancianas solitarias que vivían en el bosque e
hicimos amistad con ellas. El problema fue que todas esas ancianitas estaban
encorvadas, se cubrían la cabeza con un pañuelo negro, tenían la voz muy ronca
y una enorme verruga en la nariz. Estaban tan solas que intentamos ayudarlas y
darles compañía, pero desde entonces nadie quiere nada con nosotros.
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