Marina

Marina
Marina, de Ezequiel Barranco Moreno

viernes, 25 de mayo de 2018

Última voluntad (o el éxito póstumo de un hombre pequeño)

Elogio de la locura, de Matías Sánchez

Después de mucho pensar llegó a la conclusión de que siempre había sido tonto. Era el tonto del colegio, de la pandilla, la facultad y de las salidas nocturnas con sus amigos. Fue tonto en su matrimonio, tuvo seis niños, que ya de adolescentes le decían que era tonto. En su trabajo, se encargaba de las tareas más desagradables sin conseguir nada a cambio. Incluso al llegar su jubilación pensaba que seguía siendo tonto.
Llegar a esa conclusión no le preocupó, al contrario, le dio tranquilidad y le ayudó a asumirlo y preparase para el futuro. Ante el miedo de perder la cabeza y dejar de ser tonto para comenzar a ser demente, quiso dejarlo todo bien atado. Hizo testamento, vendió todo lo que tenía y dejó instrucciones para que le construyeran un ostentoso mausoleo, que él mismo diseñó, con una gran estatua, cuatro jarrones, un ángel y un demonio en cada lado de la cabecera y un epitafio en el que solo debía poner su nombre y  la leyenda «el tonto».
Cuando murió, sus hijos cumplieron sus deseos a medias; en vez de la leyenda que había pedido, solo grabaron su nombre bajo el habitual R.I.P. Sus amigos, desconcertados e indignados, guardaron silencio, y poco a poco fueron volviendo al cementerio y escribiendo o grabando sobre la lápida «el tonto». Tantos acudieron que terminaron borrando el nombre, y la tumba se convirtió a lo largo de los años en un centro de atracción, incluso para turistas que se acercaban movidos la fama del estrambótico mausoleo y por su curiosidad, y a los que el guía les explicaba: «Ésta es la tumba al tonto desconocido».

viernes, 18 de mayo de 2018

Biblia apócrifa

Adán y Eva, grabado de Alberto Durero

   
   —Toma ¿Quieres?
   — No, gracias Eva, ahora no me apetece.

FIN

viernes, 11 de mayo de 2018

Anónimo

Pino derruido, de Félix González


El viejo pino, vencido por las sombras y el viento, reptaba bajo el aroma verde y vivo del bosque de coníferas. Vi entonces entre sus ramas, sobre el tocón de una antigua poda, unas pequeñas acículas que, sin ser un milagro de la primavera, retaban a su certera muerte.

No era el olmo de don Antonio.
No era el Árbol de la Vida.
No era el General Sherman.
No era el monstruo que vino a verme, o a vernos.
No era Bárbol.
No era el Drago Milenario.
No era el Árbol del Bien y del Mal, que nos enseñó a dudar.
No era el Sauce Boxeador.
No estaba en el bosque que amparó a Blancanieves, ni en el de los Ents, ni en Sherwods ni en el Bosque Encantado.

Pero estaba ahí, y yo lo vi.

viernes, 4 de mayo de 2018

Mi biblioteca

Ratón de biblioteca, de Carl Spitzweg

Al extranjero lo llamábamos el caballero inexistente o el invisible, pero a pesar de su habilidad para desaparecer tras cada fechoría, al final fue capturado, juzgado y encarcelado, dado su carácter violento, en una celda de aislamiento. Tu condena será de  cien años de soledad —dijo el juez indignado— y con esto se acabó los que parecía ser una historia interminable de muertes, violaciones, robos y otros delitos.
Pasó menos de un mes cuando apareció otro cadáver. Otra joven fue víctima de una violación, y regresaron los delitos con las mismas características. El preso seguía en la cárcel, pero parecía que fuera actuaba un hombre duplicado, destacado aprendiz de las malas artes del presidiario.
Las hermanas Fortunata y Jacinta fueron las últimas víctimas, la primera fue asesinada y la segunda violada, y el pueblo entero salió a la calle para exigir justicia. A principios de mayo se reunieron en la granja de su padre y así empezó lo que se llamó la rebelión en la granja. Fueron mil y una noches de espera a que se hiciera justicia, sin éxito, hasta que los más exaltados del grupo decidieron constituirse en un comité de la muerte y buscar y ejecutar al malvado.
Aquello parecía la crónica de una muerte anunciada, pero en realidad fue el comienzo de la guerra del fin del mundo. En poco tiempo los miembros del comité convirtieron la granja en un centro de caza y captura, se atrincheraron, armaron y, ante la más mínima sospecha, dispararon a matar. Primero fueron personas que paseaban por allí, después al alcalde que les había recriminado su actitud, luego el jefe de policía y así sucesivamente hasta llegar a los más altos cargos del ejército, el gobierno y miembros de la CIA, que habían venido a adiestrar a las fuerzas del orden local. La comunidad internacional reaccionó a la agresión mandando más material y movilizó a su ejército, pero se encontró con la oposición del ayuntamiento, que interpretó esa ayuda como una injerencia. Mientras, los muertos se amontonaban en los jardines alrededor de la granja secándose a la intemperie, y la imaginación del pueblo empezó a oír gritos y movimientos extraños, por lo que la llamaban la casa de los espíritus y, aunque de día les llevaban flores con cautela, por la noche no se atrevían a acercarse.
Un día salió el más destacado de los miembros del comité y, con voz amenazante y  acento extranjero, dijo que no habría paz mientras su hermano siguiera encerrado, y tras decir esto disparó sobre todos los asistentes dejando con vida solo a uno para que transmitiera la orden. No habían terminado de decir esto cuando la aviación se acercó al pueblo y comenzó a bombardear la cárcel, la granja, el ayuntamiento y el pueblo entero, al que consideraban una fuente de conflicto.
No hubo ningún superviviente y la noticia de corrió por otros pueblos que comenzaron a organizarse para mostrar su repulsa ante tan grave agresión. La respuesta fue inmediata y contundente y así comenzó una nueva era con un solo gobierno y un solo pueblo, fruto de la tercera guerra mundial.
En el pueblo, hoy un erial, solo quedan como huellas imborrables, los gritos del pasado y, a lo lejos, sobre cumbres borrascosas, algún superviviente con miedo a volar.

Historia basada en diecisiete libros de mi biblioteca