Flores Silvestres, de Ezequiel Barranco Moreno |
En la ventana de mi salón se posaron tres gorriones de
vistosos colores —rojo, amarillo y azul—
y comenzaron a golpear el cristal con su pico. Abrí la ventana y les pregunté
qué de donde venían:
—Yo
vengo de un campo de amapolas.
—Yo
de un sembrado de girasoles.
—Yo
de un cultivo de azafrán.
—¿Y
qué queréis? —les dije.
—Ponte
esas alas blancas y vente con nosotros —contestaron al unísono.
Me las puse y las seguí. Durante el vuelo fuimos recogiendo
de las ventanas de casas, oficinas, hospitales y colegios a otros gorriones de
los más diversos colores —verdes de campos de césped, violetas de cultivos de
tulipanes, rojas de rosaledas—, sin que en ningún momento paráramos a descansar.
Desde que, por fin llegamos al inmenso valle de flores silvestres,
todos tenemos una pluma de cada color.
Los gorriones tienen un color anodino (como los humanos) hasta que abren sus alas (o sus mentes) y viajan (o aprenden) lo que la creación es capaz de mostrarles. Entonces aprenden (aprendemos) y nos hacemos ricos, bellos, vistosos y sabios.
ResponderEliminarY si además lo compartimos, nos hacemos mejores y más libres.
EliminarY pasaron por casa y compartieron sus experiencias, esa ventana me suena mucho, tenemos todos sus colores
EliminarCada día vamos de ventana en ventana y cada día recibimos visitas en nuestra ventana. Es hermoso e inevitable.
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